CLARK HARLEY, BENJAMIN
Ben Clark es exponente de un tipo de poesía socialmente comprometida, atípica por su combinación de tres factores ?precisión formal, estilo coloquial, descentramiento de la voz poética? que, si bien de modo independiente están presentes en buena parte de la lírica actual, reunidos en un mismo texto generan un cóctel altamente inusual para el lector. Sorprende especialmente la fluidez de su métrica cazada al vuelo. Clark se esfuerza en recordarnos que ?aunque lo ignoremos? la mayor parte del tiempo hablamos en endecasílabos y heptasílabos con acento en sexta. Para muestra, un botón: «De no ser el que soy / hubiera deseado ser Ronaldo».
Basura relata la conversión del mundo en materia de desecho, nos recuerda que Londres es una ciudad con más ratas que humanos y dedica toda una sección a los Hermanos Collyer, uno de los ejemplos más extremos del síndrome de Diógenes. Con este libro, Clark se aproxima a las preocupaciones ecológicas de uno de los renovadores de la poesía social en nuestros días: Jorge Riechmann. Ambos comparten la aversión a los excesos líricos, el gusto por la exactitud en la descripción anecdótica. Ambos exhiben una alabanza sin tapujos hacia la sencillez, subordinan la escritura a la cotidianidad y la cotidianidad al inconformismo. Se les puede calificar de ingenuos y críticos al mismo tiempo sin problemas.
Forma y contenido se hacen indistinguibles a lo largo de este poemario: la voluntad minimalista de trascender lo dicho con pocas palabras se entrelaza con el gesto de autocontención propiamente ecologista. «Escribir poco en un país de excesos» es su lema. Ajeno a todo discurso panfletario, el posicionamiento político de Clark es indirecto. No recurre a la manida condena moral. Deja, por contra, traslucir un sentimiento de malestar a través del ambiente social que describe. Las conclusiones quedan reservadas para el ámbito de la praxis, la intervención real en la modificación de lo existente. El poema son sólo las premisas, el razonamiento ?y el paso a la acción? es tarea de los lectores.
ERNESTO CASTRO CÓRDOBA