ROMERO, EDUARDO
El coronavirus es un gran promotor del civismo. Ayer la policía intervino en Gijón en una casa en la que se juntaban veintiocho gitanos. Migrantes y gitanos. Gente que se toca todo el rato, que se abraza, que grita y mete ruido. El virus se contagia mucho más si gritas y te magreas. El civismo europeo, por el contrario, es de naturaleza silenciosa e individualista. Nada de apelotonarse o tocarse, nada de dar voces. Los cívicos agentes de las multinacionales firman desde su teléfono la destrucción de los humedales de toda una región. Se saludan con el codo mientras acaparan millones de hectáreas de una antigua colonia. Talan un bosque desde Londres, y plantan en él palma africana. Agujerean una montaña para abrir una mina. Deslocalizan en el Sur industrias distópicas que producen decenas de millones de cerdos y de pollos. Luego echan la culpa del origen del ébola y del coronavirus a los murciélagos y a los pangolines. Y miran con horror a esa gente que, venida de cualquier rincón del mundo, no sabe lo que es el civismo.